Una cuestión de honor
Una cuestión de honor Eduar Alberto Vargas González El vagabundo reloj patrio dictaba las doce del mediodía. Zapateiro, quien ya muchas veces había metido la pata, sabía que la hora era perfecta: su hora de la verdad había llegado. La hora de una huida varias veces anunciada. Parecía una premonición. Su suerte estaba echada. Esperó hasta el 28, día en el que la Comisión presentaría su informe final. Él, como su presidente, negaba profundamente el conflicto. De hecho, fervoroso por ver gente en filas y rabioso por masacrar al enemigo, Zapateiro solía gritar: ¡AJÚA! grito de guerra del tan polémico comandante. Nunca imaginó, sin embargo, que su hora de la verdad era a la vez la cantata premonitoria de su ignominioso olvido. Antes de presentar su renuncia, la cual solo se haría oficial el 20 de julio, Zapateiro, quizás, echó mano al baúl de sus recuerdos. Ese baúl pesado y manchado por la guerra. Esos recuerdos de falsos positivos, de bombardeos y de abusos. Le llegó a la ment