Rodolfo, salve usted el pato... digo, la patria
Rodolfo, salve usted el pato... digo, la patria
“Doctor, es que yo a usted le debo mucho”, confesó el ingeniero. Álvaro, que había estado desde la primera vuelta en silencio, le dijo: “yo sé hijito, yo sé. Usted y yo somos parecidos”. Entre francachela y comilona, los dos sujetos se miraron, sabían que casi la mitad del país los quería; o bueno, los prefería por encima de un “mal mayor”. Ambos hombres compartían un sueño y una gruesa línea de teflón que impedía que la justicia los tocara. Eran dos patriarcas. Dos hombres convencidos. Dos testaferros berracos.
En las frescas tardes del Ubérrimo todo era paz: balazos de fondo, un buzón lleno de citaciones al juzgado y una finca llena de manillas de Tomás y Jerónimo. Álvaro, ya alejado de la política, se divertía con sus nietos alternando sus tardes de Twitter y de reclamos a la prensa. Él sabía que el país le debía mucho y también sabía que el ingeniero iba aser su nuevo representante, su nuevo barón, su nuevo Duque. El ingeniero, que ya desde las 5 debía irse a dormir, soñaba con parar la robadera a punta de madrazos... “Me hago desgüevar por este país…” decía el somnoliento octogenario con anhelos presidenciales. Soñaba con un país diferente, lleno de hombrecitos que pagaran intereses y lleno de mujercitas que se quedaran en la cocina sin entrometerse en la política. Un ambientalista furibundo que tenía mucho en que pensar, menos en su plan de gobierno. Todo marchaba bien: Alvarito feliz, el ingeniero juicioso haciendo tik toks y Socorro en la cocina. Un día, de repente, asomaron por la puerta de la finca tres patos verdes, muy exóticos, muy elocuentes y con un sello que decía Dignidad. “Doctor, usted conoce a estos güevones”, preguntó el ingeniero con histeria. Álvaro, los miró y recordó su vida política. Al cabo de unos minutos reaccionó: “Si, hijito. Ellos son mis huevitos... es que ya crecieron. Se llaman Sergio, Jorge y Carlos. Ellos eran verdes, pero ya maduraron”. Las palabras de Álvaro despertaron el interés del ingeniero, quien ahora les daba la bienvenida con cortesía a tan bizarros animales.
No era la primera vez que Álvaro salvaba animales desamparados. Su benevolencia lo llevó a adoptar delfines políticos, lagartos del Cambio Radical, las ratas que desfalcaban los gobiernos, los micos que montaban a la ley y un sinfín de animales granjeros y salvajes que nutrieron el circo político colombiano por décadas. Como olvidar su último animal rescatado: un cerdito del Banco Interamericano de Desarrollo. Tanto engorde solo le sirvió al cerdito para caer en las encuestas de favorabilidad. Un cerdito viajero. Un cerdito con ínfulas de Duque. Por lo mencionado, Álvaro invitó al ingeniero a oír los animalitos. Uno de ellos, el más churco, mencionó: “Toda la vida he sido docente, soy un pato con principios y con una filosofía de vida clara”. “Se puede”, añadió. El ingeniero entre tos y carcajadas casi se cae de la silla: “Mire Doctor, un pato que habla”. El pato retomó su palabra: “Venimos con toda la dignidad a pedirle que nos admita en su granjita. Solo le pedimos que cambie estas seis reglas para que podamos vivir acá”. El pato se acercó a sus compañeros y charlaron. Parecían una coalición, pero no tenían mucha esperanza.
Álvaro asintió y pasó el papel al ingeniero: “Hijito, usted decida. Los paticos o yo”. Rodolfo pensó. Se acordó de los capítulos de ¡Quac! que tantas risas le sacaron en su madurez. Recordó al pato Lucas y al pato Donald, su mentor. Todos esos recuerdos por un momento lo enceguecieron. Miró a los patos verdes y dijo: “Claro, aquí son bienvenidos. La única condición es que yo con la ley me limpio el cu..” -Uno de los patos interrumpió. Era el más blanquecino, al parecer le llamaban Jorge. “Usted es nuestra esperanza, ingeniero. Adóptenos” El ingeniero se tomó otra pausa y reflexionó. Solo añadió: “Yo gobierno como quiera, hijueputas. Lárguense de aquí, dejarlos entrar fue solo una cortesía”. Los paticos se miraron y con un olor a quemado en sus plumas verdes se retiraron. Sabían que el ingeniero no quería patos, solo quería dirigir con las patas.
Sin esperanza y sin dignidad los paticos se fueron. Álvaro sabía que el ingeniero había tomado una decisión radical. Había elegido al uribismo. Antes de irse, a pocos días de la segunda vuelta, Álvaro le dijo al ingeniero: “Rodolfo, salve usted el pato... digo, la patria”. El ingeniero sabía lo que tenía que hacer y juró volver al Ubérrimo con algo más que la victoria. Su sueño de ser el Donald Trump colombiano era ahora posible, y ningún Petro ni ningún pato se lo impediría… ¿o sí?
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