NO
NO
Eduar Alberto Vargas González
El 5 de octubre de 1988 el cielo de Santiago se puso
color arcoíris. Augusto Pinochet sospechaba desde tiempo atrás que su dictadura
militar caería. Lo supo, quizás, cuando la televisión pública chilena empezó a
transmitir la esperanza de un futuro democrático. El NO pregonó la victoria de
4 millones de humanos enamorados del cambio, de un futuro sin dictadura y de
una propuesta publicitaria colorida. 26 años después, un país vecino suyo dijo
de nuevo NO. Eran otras circunstancias y era otra la naturaleza política de los
sufragantes. Ese país, mi país, convencido por los temores de la guerra quiso
echar al traste sus anhelos de paz.
Esa Colombia de 2016, que representaron 4 millones y
600 mil votos por el NO, sigue hoy adolorida. Sigue pensando en los fantasmas
del atraso. Esa Colombia del centro, capaz la más rural del país, es la
Colombia que decidirá las próximas elecciones. Un fenómeno político como el uribismo,
que hoy está cimentando las bases de la ‘Rodolfoneta’, tuvo -y tiene- la
capacidad de hacer una campaña vacua y simple para convencer a Colombia de la
necesidad de un acuerdo sin acuerdo. Tras Duque, Zuluaga, Fico y Rodolfo, no
solo se desnuda el sentir sectario de una Colombia tradicional, y en su mayoría
rural, sino que esconden una pretensión estricta de odio a la izquierda, que
fácilmente es catalogada bajo el título de “guerrillera”. Esos candidatos
lúgubres y continuistas no necesitan propuestas. Su única misión es seguir
representando el “sentir popular”: el del temor del campesino cafetero azotado
históricamente por grupos al margen de la ley; el de las familias religiosas
que creen en una izquierda anti cristiana, y las pretensiones de una élite que
se ha valido del miedo para enriquecerse.
NO. Esta vez quiero pensar en un futuro donde el NO
sea nuestro lema, pero no el de la campaña uribista del 2016, sino el de la
campaña ochentera que repudiaba la dictadura, que maldecía la represión y que
añoraba, aunque fuese solo movida por la emoción, un futuro donde se preservara
el derecho de vivir en paz. Recordando tantos lideres y lideresas caídas,
tantos jóvenes golpeados por el ESMAD y tantos derechos históricamente
violentados, hoy digo NO.
Un NO por dignidad, por humanidad y por mera
racionalidad.
No me cabe en la cabeza tener un presidente que
insulte abiertamente a las mujeres, que apele a la grosería y al golpe cuando
se le confronta por sus escándalos de corrupción. No creo que merezcamos un
representante que no conozca el país, que ignore las lógicas del Estado y que
ufane de “limpiarse el culo con la Ley”.
Anhelo un gobierno de conciliación nacional. Ya no
hablo directamente de apoyar a Gustavo o a Francia. Para mí, el momento solo
invita a pensar en el Pacto. Un pacto real con “lo marginado” que todos
representamos, con la naturaleza siempre esclavizada, y con la juventud y la
niñez olvidadas. Un nuevo pacto social donde quepamos todos y todas; donde empecemos
a sentirnos dueños de nuestro futuro. Donde podamos ser parte de la vanguardia
sin relegar nuestra diversidad. Donde lo democrático sea visto como una forma
de participación amplia, un ágora en medio de las cordilleras, un incipiente
sentir de humanidad, de esperanza y de inclusión.
Este domingo diré NO. NO a esa Colombia que hizo
trizas la paz. NO a ese chisme sin fundamento que nos dejó sin acuerdo por
cuatro años. NO a esa idea vacía de odio a lo diferente, de rechazo dicotómico
y de fobia a la democracia. Este 19 de junio votaré por el plan de gobierno y
el equipo que representan Francia y Gustavo, no solo por la fuerza de sus ideas
sobre justicia social, sus propuestas sobre inversión en la educación pública y
mitigación de la pobreza extrema, y sus planteamientos que quieren poner una Revolución
en marcha. Mi voto del próximo domingo está basado en la esperanza de
cambio, aunque sea lento, hacía una Colombia educada, colorida y progresista.
Una Colombia que le diga NO al NO de 2016.
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