Una historia verde, sensible y crítica
Una historia verde, sensible y crítica
Eduar Alberto Vargas González
El paradigma historiográfico colombiano ha tenido, a
pesar de sus propias contradicciones, un avance importante: los temas que
competen a los historiadores colombianos hoy pasan por preocupaciones en torno
al desarrollo urbano, las historias naturales y medio ambientales, así como las
crónicas ligadas a la defensa de los derechos humanos. Podríamos decir que
vivimos tiempos turbios, en donde mirar la naturaleza ha dejado de equivaler a
examinar un “paisaje inerte” y ha adquirido una relevancia sin precedentes. Sin
embargo, parece que la metáfora de una “historia todavía verde” aplica muy bien
para nuestro país: una historia ambiental todavía balbuceante que aún no ha
terminado por problematizar su realidad por completo, y que aún mira con desdén
su vínculo con las ciencias naturales. Pensar el medio ambiente en Colombia
debería llevarnos más allá del Acuerdo Escazú, que apenas en octubre del
presente año pudo ratificarse, así como debe ir más allá de la estéril mirada
del desarrollo sostenible y de la “historia empresarial verde”. Vivimos tiempos
agitados, altamente marcados por el consumismo y, con el ritmo de producción de
contaminación que tenemos, posiblemente definitivos. Hemos cruzado la línea de tipping
point en términos ambientales y estamos más cerca de escenarios futuristas cyber
punk donde la lucha por el agua y las contiendas por el conocimiento sean
un asunto más exclusivo ¿Qué está haciendo la academia para enfrentar esta perspectiva
turbia? ¿Estamos preparados para ese futuro desde la historia del presente?
Sin alejarnos tanto de la actualidad, es evidente la
necesidad que tenemos de una historia más verde, más sensible y, aunque se dé
por sentado, más crítica. Historiadores e historiadoras que comprendan su
responsabilidad con el medio que los rodea, la idoneidad que tienen con sus
análisis para dar solución al presente inmediato, y que pongan de su parte para
el cambio social. Un cambio que, en últimas, sea una transformación por la
vida, la salud y la naturaleza. Un viraje que irremediablemente nos haga
reflexionar sobre la forma en que producimos el conocimiento desde las ciencias
sociales y humanas en Latinoamérica.
Infinidad de grupos trabajan y arriesgan su vida a
diario por el medio ambiente, además de luchar por el cumplimiento de las
políticas ambientales que tan vulneradas han sido en el país desde los años 60.
La academia, por otro lado, con algunas excepciones que expondremos en breve,
se ha ‘monolitizado’ en una posición negligente que sigue pensando en los
problemas medioambientales como propios de otras disciplinas y/o ciencias. La
omisión y/o huida de la Historia al debate en torno al desarrollo y el
conservacionismo caló tan hondo en algunos colegas, que hoy encontramos
eruditos fascinados por el olor a papel viejo pero negligentes con el mundo que
los rodea e ignorantes de la historia natural. Hacen una apología continua a
una historia fantasiosa que poco interviene en la realidad, y que solo se
interesa por las comunidades cuando pueden instrumentalizarlas.
Hablando de otras disciplinas, el periodismo, por su
parte, sí que nos tomó la delantera: en su libro del 2021, Maryluz Vallejo
Mejía[1] expuso
como el periodismo de investigación lideró el debate muchas veces ignorado en
nuestro continente: quiénes y cómo se aprovechan de los recursos naturales; además
de darle relevancia a los comunicadores nacionales que izaron la bandera de la
denuncia y del periodismo crítico en contra de estos hechos y de sus
perpetradores. Valga la mención de periodistas y ecologistas valerosos como
Alberto Donadio, Daniel Samper Pizano, Álvaro Barreto, Alegría Fonseca, Ruby
Pérez Jiménez, Javier Silva Herrera, Tatiana Pardo Ibarra, entre otras y otros.
Las reflexiones alcanzadas por estos periodistas han logrado marcar un
antecedente del papel de la comunicación en la protección de los recursos naturales,
el cuidado de la fauna y los temas relacionados a la salud pública.
Otras ciencias sociales, como la economía, también han
examinado durante los últimos años la prevención y el cuidado medioambiental,
las alternativas a los modelos extractivistas y, en general, la adopción de “políticas
económicas verdes”. Los análisis han enfatizado, sobre todo, en las emisiones
de carbono y el cambio climático, los efectos de la agroindustria y la
ganadería en el país, y el costo político que muchas de estas decisiones tienen.
En muchos espacios académicos se ha adoptado el concepto economía ambiental (o
economía verde) para enfrentar los retos contemporáneos, como lo es la paradoja
del desarrollo sostenible.
Desde la historia no son pocos los estudios sobre el
tema, pues en los últimos veinte años académicos de peso han problematizado lo
ambiental y su relación con lo social: Alberto Flórez Malagón con El
campo de la historia ambiental: Perspectivas para su desarrollo en Colombia; German Palacio con sus libros Naturaleza
en disputa: Ensayos de historia ambiental de Colombia, 1850-1995
y Repensando la naturaleza: Encuentros y desencuentros disciplinarios en
torno de lo ambiental; Claudia
Leal con su “sentido aguzado” sobre los retos historiográficos para la
historiografía ambiental y Stefania Gallini con
su Historia, ambiente,
política: el camino de la historia ambiental en América Latina. Otros investigadores
que han contribuido a la línea han sido: Silvia Méndez con La historia
ambiental: aportes interdisciplinarios y balance crítico desde América Latina;
Fabio Sánchez con sus trabajos sobre el rio Tunjuelo, las temporalidades de los
desastres y su trabajo de balance La historia ambiental latinoamericana:
cambios y permanencias de un campo en crecimiento, junto a Jacob Blanc,
entre otros y otras que le apuntan a lo medioambiental como enfoque y como
objeto de estudio.
Queda, sin embargo, por
discutir hasta qué punto estos trabajos si han generado un cambio o al menos
han despertado algún tipo de interés por la historia ambiental ¿Estamos siendo coherentes
con los retos historiográficos del presente? ¿Estamos a la altura del tipo de
realidad social que produce hoy la historia del mañana? Es evidente que esos
mismos académicos que escriben se han puesto a la tarea de construir semilleros
y grupos de investigación en la Universidad de los Andes, la Universidad
Nacional y la Universidad Central. Además, del claro compromiso que han
adquirido revistas como Nómadas (de la Universidad Central) y otros esfuerzos
vinculados a la SOLCHA para el amplio espectro latinoamericano. A la pregunta
de si estamos conscientes de los retos historiográficos del presente
siento que la respuesta es negativa: no solo no estamos problematizando hechos
que evidentemente han roto los paradigmas en torno al consumo y los usos sobre
la tierra y la naturaleza; hemos sido, a la vez, incapaces de comprender la
construcción contemporánea del conocimiento bajo la idea de
sujetos/historiadores comprometidos con su entorno. La propuesta que describiré
a continuación se trata de eso: cómo dar solución a esa dolencia que tenemos de
compromiso y responsabilidad social/ambiental.
La problemática es visible: la sociedad se transforma y construye un concepto erróneo de lo que es el progreso, la tecnología avanza solo en torno a la acumulación de riqueza, y, como advertimos al inicio, estamos en un punto de no retorno: las temperaturas suben, los ríos se desbordan cada vez peor, y estamos ad-portas de un colapso alimentario mundial. El historiador o historiadora debería, entonces: 1) Empezar por recopilar la mayor cantidad de información posible en torno a los problemas de su localidad, esto quiere decir: entrevistas, fotos, testimonios, videos, que pueden dar cuenta de la damnificación socioambiental. Hacer preguntas a las gentes sobre cómo la situación les afecta, cómo era su vida antes de los proyectos, cómo han sido afectados por la construcción de edificios y por la ampliación del transporte público, cómo ha sido afectada la calidad del aire en donde viven... además de otras preguntas que surjan a partir de los objetivos de cada investigación; 2) Escribir la mayor cantidad de especificaciones en torno a la comunidad, la naturaleza, y la relación entre ambas esferas. Sumergirse en el problema es necesario: pregúntese cómo sería su calidad de vida si viviera en espacios como ese. Intente sentir empatía por la comunidad afectada a la vez que empatiza con la naturaleza que está siendo damnificada, con esto podremos alcanzar el grado de sensibilidad propuesto en el título. 3) No limitarse a escribir y a guardarse el conocimiento durante la investigación: compártanlo por redes sociales, y, si es menester, denuncie los hechos que estén afectando a la comunidad de su estudio. Su deber como académico debe ir hacía la transformación social por medio del conocimiento. 4) Ponga su investigación en dialogo con otros investigadores socioambientales: los estudios comparados y el trabajo mancomunado pueden ofrecer más y mejores respuestas. ¿Acaso el precario planeamiento urbano y la crecida de los ríos son propios de una zona del país? En lo absoluto. Ponga el conocimiento en dialogo, y 5) A medida que escriba su investigación y plantee sus propuestas, pregúntese por cómo concientizar a más gente ¿Cómo llegar a la persona que no lee historiografía especializada? Compromiso y responsabilidad a la hora de difundir sus resultados.
El problema de las fuentes puede en este caso salir a
la luz como obstáculo de su investigación, o al menos eso pensaría el
historiador falto de imaginación: las fuentes son las voces y las acciones que
de lo social emergen. Atrévase a subjetivar su investigación, sin que eso
signifique dejar de ser riguroso, metódico y juicioso. Archivos notariales, Actas
de Proyectos, Licitaciones y otros documentos en torno a la constitución de
proyectos que han transformado el paisaje pueden servirle; sírvase de la
entrevista y de la prensa, y haga una necesaria triangulación sobre la fuente.
Recuerde, querido colega: si nos vamos a arriesgar a que nadie nos lea, por lo
menos hagámoslo de forma original.
En mi investigación sobre los desastres, por otra
parte, planteo la forma como la prensa construye la tragedia, es decir, cómo un
evento natural; por ejemplo, el desbordamiento de un rio, el deslizamiento de
tierra o una erupción volcánica, se transforma discursivamente en un evento
irremediable, casi un castigo divino. De esta forma, intento vincular tres
aristas de la cuestión: lo social (desde los periodistas que construyen el
relato, y los lectores que en muchos casos también son víctimas), lo ambiental
(desde la naturaleza y lo que comúnmente se denominan ‘desastres’) y el
discurso (como construcción binaria de las dos variables anteriores, que asigna
significado y genera responsabilidades). Con esto, intentaré reconstruir el
desarrollo de aquel periodismo ambiental que, lejos de ser crítico, se encargó
de informar sobre lo acontecido, aun cuando para muchos de aquellos desastres hubiese
alertas tempranas… y desde ya dejo planteada la pregunta, ¿la prensa ha asumido
mayor compromiso con este tipo de eventos? ¿Seguimos dándole responsabilidades arbitrarias
a la naturaleza? ¿y qué con el Estado? ¿Somos conscientes de que nuestra forma
de vida y el tipo de historia que estamos escribiendo también tiene una
posición y una responsabilidad sobre la situación actual?
Me gustaría finalizar recalcando la necesidad que
tenemos de investigadores, docentes y divulgadores cada vez más conscientes de
la realidad que vivimos: no es momento de tomar posiciones blandas en torno al
deterioro ambiental y la injusticia social, el llamado es a hacer
investigaciones más viscerales y de denuncia. Con esto no sugiero que hagamos
periodismo, o que nos alejemos de los procesos de historia que conocemos. En
últimas, es una invitación para hacer una historia más del lado de la gente y de
la naturaleza, del presente y de la vida. Una historia más verde, mucho más
crítica con los aparatos de poder y, sobre todo, más sensible con el medio
ambiente.
[1]
Maryluz Vallejo
Mejía. Una historia todavía verde. El periodismo ambiental en Colombia. Bogotá:
Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2021.
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