¿Se sacrifica la calidad por la cantidad?
¿Se
sacrifica la calidad por la cantidad?
Hace
falta un poco de humildad y sobriedad entre los nuestros. Dejar de lado tanta
cursilería con la fuente, tanto secreto con lo que escribimos y tanta vergüenza
por decir lo que sentimos, aunque no sea políticamente correcto, en público. Los
terrenos de la enseñanza y la difusión de la Historia no se escapan de los
delirantes y paródicos escenarios de los que muchas disciplinas son víctimas:
sus protagonistas se creen el cuento de que son seres míticos.
Tantos artículos publicados por los
mismos sujetos y decenas de charlas en auditorios a medio llenar han servido
para darnos cuenta de una cosa: nos hablamos entre nosotros y todo siempre es
sobre nosotros. Claro está que, para ser aún más interesantes, tomamos vino de
uvas a la salida, cual banquete griego, y nos damos palmaditas en la espalda
entre nosotros. ¡Qué maravilla de comité de aplausos!
¿No
es decepcionante ver hasta dónde hemos llegado los supuestos ‘intelectuales’
hoy en día? Que en lugar de salir a las plazas o hacer contenido para que más
gente se eduque, preferimos encerrarnos en nuestro propio círculo…
Idealistas,
facinerosos y mitómanos.
Les
cuento: hace unas semanas asistí a un par de eventos institucionales que se
utilizan como abrebocas de los más descuidados. Lo más evidente era la ausencia
de público. El auditorio vacío fue testigo de cómo un par de autores se
llevaban la contraria en torno a cómo y cuándo habían escrito el libro
compilatorio que estaban presentando. Y sí, leyó bien, ¡estaban discutiendo en
el evento de presentación! Simplemente bochornoso.
Avergonzándose
a sí mismos, uno de ellos en especial, con chistes de baja calidad intelectual
y más bien alegorías a lo que su maestro, prologuista del libro, les instruye.
La escena quijotesca parecía sacada del repertorio de alguna sitcom
noventera en donde el protagonista intenta por todos los medios avergonzarse
ante el público.
Qué bajo seguimos cayendo.
Siento
que las conferencias se han convertido en la aglomeración permanente de
esbirros. Gente que va por parecer interesada o porque alguien les pidió el
favor.
Luego,
uno de aquellos solemnes caballeros mencionó el detalle más hilarante y
esencial de la tarde: “nunca nos reunimos para concretar qué era lo que cada
uno escribía; ni especificamos cómo podíamos llegar a concluir el libro…”
Perdónenme, doctos escritores, ¿acaso me están confesando que publican cosas
sin conclusión? O bueno, ¿acaso han publicado antes algo que parta de una
pregunta problema o de una discusión coyuntural? Esta pregunta va para usted, en
especial, señor prologuista.
No.
Nada de eso. El afán de publicar, publicar y, si queda tiempo, volver a
publicar, los tiene enceguecidos. Quizás un poco más de autorreflexión los
pueda llevar, algún día, a escribir algo que conserve algo de sinceridad e
identidad.
Entonces,
señores… ¿son ustedes los intelectuales que dicen ser? ¿O son otros charlatanes
que pervirtieron la disciplina y la convirtieron en una vitrina colmada de
pasquines?
Sé
que no son todos, y lo sé porque trabajo y convivo con muchos y muchas intelectuales
que se esfuerzan cada día en contribuir al conocimiento y a la investigación.
Lamentablemente, los y las profesionales metódicos, rigurosos y originales, se
quedan opacados y relegados; mientras los intelectualoides que más publican se
llevan todos los reflectores.
Entonces,
dado que los que más publican son los que menos al tanto están de lo que
escriben, que quede de nota fúnebre en el epitafio de nuestra escuela:
“Todo se perdió cuando se premió el
publicar por publicar”.
Eduar Alberto Vargas González
Comentarios
Publicar un comentario