El escondite de los niños sombra


EL ESCONDITE DE LOS NIÑOS SOMBRA

Cuando me oculto en las noches y recuerdo los improperios pretéritos de mi vida, me queda claro la vaguedad y el vacío propio de la inexistencia. Cuando niño pretendí ser otro soñador del jardín y me dejé llevar por las proezas alcanzadas por mis vecinos de toda la vida. Entre las rutinas olvidadas de mis juegos y las adivinanzas que con Maribel hacía: ¿qué rima con la u y sabe cómo el arroz? ¿Qué tiene dientes, pero no muerde? Y, ¿cuántas balas hacen falta para matar a un ruiseñor?, me observaban entre los cedros y pinos los hombres fuego. Carentes de espíritu, indolentes y violentos. Me miraban para robarse una parte de todos, un instante de mí que me hacía sombra. Esa chispa olvidada de mi niñez, eterna soledad genuina que albergan mis pasos en la oscuridad.

Entre tanto, retorno a la casa vieja de mis padres. Huelo la comida que ya no hacen y pienso en las fotos que me tomaron la navidad antes de que me muriera. Me despercudo del insípido humor a tierra mojada y entre veo, por medio de mi alma y huesos, los pasos torpes de los hombres fuego. Me espían. Saturan mi neutral inexistencia con su accidentada desidia. Siento miedo al mirar por el rabillo del ojo y encontrarme de nuevo con los hombres fuego y recordar cómo fue que fui asesinado. Cómo es que ya no soy ni existo, cómo es que ya no tengo lo que soy.

La penumbra es efímera. Recordar los mismos lugares, la misma densidad mortal de la sangre que me recorre la cabeza e inunda mis pupilas. Me espían y lo sé, lloró aterrado por no poder esconderme y por esconderme y por no recordar donde.

Vierto mis lagrimas sobre la superficie y me escondo bajo la tierra. Vuelvo al lugar donde no soy ni estoy, y contesto de nuevo las adivinanzas que Maribel me hacía cuando no estaba en el encierro. Ahogado y francamente perdido, me oculto de los hombres fuego y sus ojos juzgadores, violentos y desdichados.

Vuelvo a mi hogar… ese terruño neutral donde se albergan mis huesos y donde por única y primera vez conocí el silencio que satisface la angustia que me dejó crudamente la muerte.

Eduar Alberto Vargas González

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