La razón de ser de la memoria escrita
La razón de ser de la memoria escrita
Por: Eduar Alberto Vargas González
Deberíamos pensar la escritura de la historia como un ejercicio permanente de la memoria. La memoria escrita, esa derivada del pensamiento y raciocinio propio del artesano, del edificador de argumentos y del joven cuentero que entretiene a la corte con sus curiosidades. Escribir historia, y contarla con la vivida voz del niño romano quien apenas entendía su historicidad, como el trabajador afro a principios del siglo diecinueve ó como la joven mujer que apenas en el siglo veinte ingresaba a la educación superior; no es otra que revivirla, vivirla doble o de nuevo, solo por medio del lenguaje. Es necesario entonces que el joven historiador de estos días y el maduro escritor contemporáneo comprendan: es prudente retornar a la lengua originaria que revive la memoria. Escribir la historia es vivir esa parte recóndita y trascendental del pensamiento humano que vuelve a nosotros de muchas formas, y que vive a través de nuestros ojos y se entiende por la lectura que de ellos hagamos. La historia no es creada arbitrariamente por el sujeto escritor que es dos veces por medio de la historia, sino que es vivida y dos veces vivida por el historiador que traduce el origen al lenguaje del hoy.
¿El origen de qué?, se preguntarán algunos/as/xs. El origen mítico del lenguaje, de la punzación eterna y de la curiosidad que rompe las formas normales de vida. El ser que irrumpe su existencialidad efímera y la vuelve eterna por medio del acto, de la materia histórica y el verbo creador. Volver al lenguaje originario es una necesidad para revivir las memorias; sentir dos veces las historias de tíos, madres y abuelos. El recordar el recuerdo impreso en la memoria escrita es vivir por vez primera lo recordado.
Esa vivencia por vez primera adquiere relevancia sólo cuando se crea un fuerte tejido entre el autor, lo contado y su audiencia. El joven artesano de la historia, que solo puede ser joven no por edad sino por sus ánimos de innovar; construye la historia en cuanto vive por él y él vive por ella, y adquiere validez sólo cuando él o la lectora la entienden como verdadera (o cuando la reviven por medio del lenguaje originario).
Recordar lo recordado y vivir por vez primera la historia, obligación del joven artesano de la historia del mañana y del valeroso investigador del presente.
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