La necesidad de contar la historia
La
necesidad de contar la historia
La
escritura pensada y quizás la hecha con el corazón ha muerto. A día de hoy,
encontramos errantes aquellos románticos y empedernidos poetas que en otro
momento cautivaron el panorama artístico. Hoy, humeantes y en medio de la
tribulación, no reconocen al remitente; su mensaje ahora es la nebulosa que en
otros tiempos aterrorizó a Jasón y sus argonautas. El oído del
público contemporáneo es cada día menos apto, y menos dispuesto, a la
palabra en rima, al sentir del alma en forma de poesía y a la prosa
pasional ¿Pasa algo parecido con la Historia? ¿Ha quedado al margen aquella
historia narrativizada que priorizaba los elementos estilísticos y lo metódico por
encima de los resultados y los clics? ¿Estaremos en un momento donde se
valora más la cantidad de productos académicos que se generen, a la calidad
estética y lo inédito de los mismos?
Cuando nos
preguntamos el porqué de la escritura salen a relucir las viejas ideas de
la exteriorización del sentir interno, de la necesaria comunicación asertiva y
de la inquietante, pero esencial, tarea del lenguaje escrito como vestigio del
devenir presente y pasado. Escribir se nos hace una necesidad imperante en los
terrenos académicos y personales, con la clara desventaja de que hoy nuestro
público se ha desinteresado en la palabra escrita y se encuentra menos
preocupado por el aprendizaje. A día de hoy, sobran los recursos digitales y
análogos para transmitir historias de todo tipo, pero, so pena nuestra, los y
las jóvenes -y el público en general- optan por contenidos que no superan el
fabuloso ‘¿qué dirán de…?’ o el mero ejercicio informativo amarillista oculto
bajo la ‘noticia en desarrollo’. Y, claro, los contenidos no son el problema,
pues para la entretención y el ocio todos tenemos tiempo, el problema del worldwide
es que tenemos montones y montones de información académica que es poco
consultada, pobremente identificada y que, lastimosamente, es vagamente
problematizada. Entonces el dilema ya no es que, como en otros tiempos, no
tengamos acceso a la información; al contrario, su sobreproducción nos sumerge en un bucle en donde el lector ya no sabe qué consultar ni en dónde; tampoco sabe discriminar la validez científica de lo que lee, y, peor aún, no
comprende hasta qué punto su lectura curiosa es un mero trámite por conseguir clics
o más visualizaciones.
El clickbait
es una práctica común en nuestros días que no se limita al terreno del
entretenimiento. Decenas de autores y autoras hoy ejecutan lo que, desde mi
perspectiva, es una práctica triste y bastante banal: los papers
recortados y/o sintetizados. No digo que esté mal
ofrecer una visión abreviada de las investigaciones o que los resúmenes sean innecesarios para los investigadores que deseen realizar balances bibliográficos
o estados del arte. Creo, sin embargo, que las políticas editoriales que
empiezan a consolidarse en nuestro país intentan emular, mediocremente, a sus
homólogos externos; solicitando menor contenido, menor narrativa y buscando
ferozmente resultados instantáneos. Resultados, productos y cualificaciones. Las políticas para publicar en las revistas de nuestro país son más
restrictivas, pues el éxito de un artículo ya no depende sus aportes
metodológicos, su visión inédita sobre el tema, o las fuentes utilizadas por el
autor o autora. Parece que escribir más de 30 páginas se ha convertido en un
pecado dentro de la publicación académica. El éxito en la política editorial de
nuestros días depende de qué tanto se cite o se le dé clic a un artículo
¿Acaso no estamos privilegiando con esto la cantidad de productos por sobre su
calidad? ¿No es esta otra forma de hacer clickbait? ¿Es esta la forma en
la que queremos producir conocimiento en nuestro país?
La
Historia como ciencia social en desarrollo en el continente tiene necesidades
especiales y, por eso, aplaudo los divulgadores que intentan desarrollar
productos pedagógicos creativos como canales de YouTube, podcasts, contenido en
TikTok e Instagram, entre otros. Es necesario que empecemos a ver
estos medios como vehículos legítimos para la difusión y divulgación del contenido
histórico y de las ciencias sociales en general, izando siempre la bandera de
las prácticas académicas rigurosas y de lo creativo por sobre lo convencional.
Saquemos provecho, entonces, a estos tiempos de lo efímero y de los contenidos
de 15 segundos o menos, con propuestas que despierten la curiosidad de los
internautas y que despierten interés por los contenidos históricos e historiográficos.
En
complemento, creo que debemos alejarnos de las lecturas superficiales y del fast
chek en los artículos académicos y científicos. Leamos a consciencia y sin
afanes. Saquemos el máximo provecho a la narrativa del autor, de su metodología
y la forma cómo utiliza sus fuentes. Atrevámonos a leer de verdad. Además, debemos
aceptar los retos que adquirimos como comunidad del conocimiento para darle
frente a las políticas consumistas de los contenidos académicos. Con esto, creo
que dar una respuesta contundente a las normas que invitan a los investigadores
jóvenes a escribir y escribir sin cabo ni rabo, como ciertos docentes
consolidados, es primordial. Basta de aquellos eruditos que creen que hablando
de mil y un temas van a crear conocimiento. Tratando temas de movimientos sociales, sin comprometerse con los actores ni con la herencia de los mismos; solo terminan
por trivializar su historia. Basta de aquellos docentes que repiten y repiten
contenidos, que intentan subutilizar los productos de sus estudiantes y que incitan
a las lecturas rápidas y los escritos mediocres. Volvamos, si se puede, a las
investigaciones en donde no importaba la cantidad de páginas o el número de
fuentes utilizadas, sino lo útil que resulta su aporte y lo necesarias que son
para dar respuesta a problemáticas de la Historia presente. Que todo inicie
desde la academia y que sean nuestros docentes y colegas quienes empiecen este
necesario cambio.
Hoy surge
en nuestro país una necesidad inevitable de contar la historia: la historia de
nuestro presente. La historia de miles y miles de jóvenes que quieren un futuro luego del
post conflicto; la historia de madres, padres hijos e hijas que fueron desplazados
violentamente desde sus hogares a finales de los 90 y principios de los 00; de
familias fragmentadas por la guerra y de cientos de campesinos que frente al
nuevo gobierno no saben si dejar o no de sembrar coca. Pero tampoco olvidemos la
geografía, la indispensable historia económica, los estudios sociales y la revolucionaria,
pero a veces criticada, historia cultural. Pongámonos entonces a la tarea de
escribir ensayos, cuentos, artículos, historias cortas o largas, quizá para
retomar ese sentir del alma que ha caracterizado a los periodistas, pedagogos y
buenos escritores de nuestro país. Hagamos contenidos en redes sociales y pongamos nuestra creatividad y rigurosidad a disposición de la sociedad. Que sean nuestras disciplinas los puentes para la difusión de historias, memorias y vida de quienes aún no han podido ser escuchados.
Eduar
Alberto Vargas González
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