Los combates por la verdad

 

Los combates por la verdad

“¿Por qué los colombianos y colombianas dejamos pasar durante años este despedazamiento de nosotros mismos?”, se preguntó y preguntó al auditorio Jorge Eliecer Gaitán, el padre jesuita y director de la Comisión de la Verdad: Francisco de Roux. Tomó aliento y cuestionó de nuevo: “¿Por qué la seguridad que rodeaba a los políticos y a la gran propiedad no fue seguridad para el pueblo, los resguardos y los sectores populares que vivieron la avalancha de las masacres?” Poco espacio hubo para el silencio. El monologo de De Roux fue como un balde de verdades frías para la audiencia. Un discurso conmovedor y cruento que solo se vio opacado por el mínimo espacio dado a las víctimas para hablar en aquel momento. Era su espacio, y, aun así, no se les dejó tomar el micrófono. Esto no fue impedimento; o bueno, jamás lo ha sido. Decenas de gritos retumbaron el claustro pidiendo ser oídos. Retomar la palabra. Una palabra que despierte y que recuerde, que motive y que conmueva. Una palabra viva de un discurso humanizado. Una palabra ritual, como lo indica la Comisión, que nos lleve a la reconciliación y a la sanación.

No deja de ser importante la asistencia y voz de cada uno y una de las víctimas. Todos ellos y ellas, al igual que nosotros: los espectadores, hemos crecido con una sola idea común: Colombia es un país violento. Un país que vivió por muchos años hipnotizado por su propio temor y por el amarillismo audiovisual. De seguro la Colombia de 1991 estaría feliz por nosotros, pues la nuestra recibió un regalo de la paz. Un botiquín de recomendaciones para superar un largo historial de conflicto y de enfermedad. La enfermedad de la guerra; esa que nos llevo a dejar de sentir, de tener alma y que llevo a normalizar la tortura, la masacre y la venganza. Esa enfermedad que se lleva a diario a lideres y lideresas, a jóvenes soñadores, a hombres y mujeres esclavos de una forma de vivir la ruralidad. La guerra, que tanto daño nos ha hecho, hoy nos ofrece un fruto inesperado: un momento para la paz. Y no es merito de Santos, ni de De Roux, ni de Petro, ni de nadie en específico. Es un merito compartido, así como por años lo ha sido la responsabilidad en el conflicto. Hoy tenemos la oportunidad de volver dejar cantar los pájaros, de secar las lágrimas de las madres de los falsos positivos, y de recuperar esa humanidad que le arrebataron prontamente a nuestra párvula república.

Todo momento de verdad, sin embargo, tiene su mentira. No nos sirve de mucho que estemos difundiendo a viva voz los informes de la Comisión conforme son publicados, si mientras tanto el gobierno de turno malgasta los recursos de la paz. Es una vergüenza que el presidente Iván Duque pasee desenfrenadamente por el mundo alegando merecer un nobel por su “gestión” del Acuerdo de Paz, mientras su conglomerado de políticos desfalca los dineros para las poblaciones más vulnerables. Esa es una derrota evidente de todos y todas. Unos más responsables que otros, pero, en últimas, responsables todos por no hacerle una veeduría a esos proyectos. Es imposible que 500 mil millones de pesos se pierdan de la paz y nadie se de cuenta. Este gobierno, que puede ser tildado de lo que sea pero no de bruto, aprovechó las lógicas procesales para hacer trizas la paz y para enriquecerse a costillas de ella. Su triunfo fue doble: la saquean mientras, gradualmente, la deslegitiman. Esto también merece un mea culpa de todos y todas. Anhelo que con el gobierno entrante estos hechos se investiguen y los responsables paguen por sus vergonzosos actos. Otro evento importante, que también fue una derrota, fue la permanencia de Darío Acevedo en el Centro Nacional de Memoria Histórica. ¿Cómo permitimos que un retrograda de sus características echara al traste años previos de recopilación de datos sobre el conflicto? ¿Cómo se permitió que un hombre que se resiste a darle responsabilidad a los paramilitares y al Estado dirigiera uno de los corazones de la reparación del país? Un tipo impresentable que será victima de lo que tanto presume: el olvido. Su renuncia, de hace un par de días, no deja de ser una buena nueva para nuestra vulnerada sociedad. Con Darío se va también ese discurso oficial trasnochado de quitar responsabilidades. Espero que este sea un buen momento para la memoria; o al menos, para una capsulas de recuerdo.

El panorama hacia cuatro años de un nuevo gobierno está, sin dudas, lleno de retos y esperanzas. ¿Cumplirá el gobierno Petro con el tan humillado Acuerdo de Paz? ¿Tendrán justicia las poblaciones vulneradas por los políticos que saquearon los recursos de la paz? ¿Tendremos un director del CNMH que no niegue el conflicto? ¿Conseguiremos acuerdos con el ELN, las disidencias y otros grupos? La esperanza será nuestro idioma. Espero que no desistamos de un futuro donde ese Acuerdo de la Habana sea realizable, donde las recomendaciones de Francisco de Roux, Alejandra Miller, Alejandro Valencia Villa, Alfredo Molano, Saúl Franco, Lucía González, Marta Ruíz, Carlos Ospina, Angela Salazar, Patricia Tobón, Carlos Beristain y la voz de cientos de víctimas sean escuchadas. Una paz que nos lleva a la verdad, que siempre será sufrida y aguerrida. Que siempre será humana y combativa. Pero, sobre todo, espero que de ahora en adelante nos entreguemos a estos combates por la verdad. Con amor, esperanza y, sobre todo, con la mirada puesta hacia el horizonte de la paz integral.

Eduar Alberto Vargas González

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